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23 octubre 2009

Catalepsia


Había gritado hasta que el aire no lograba entrar a sus pulmones.
Por encima de su frente creía ver una pálida luz, tenebrosa, insinuante.
Respirando agitadamente, las cuencas de sus ojos
se hundían en la inevitable sensación de muerte.
Su lengua se secaba, doliente, y la mucosa de su boca era ya un recuerdo.
Y como en un telepronter, veía sus propias palabras pensadas hace pocos minutos:
"No me entierren vivo... ¡No me entierren vivo!"