Figúrate que estamos, tú y yo, en un bar cualquiera. El amor ronda, sediento de ser concretado. Y escucho embobada lo que me dices. Y tú me escuchas, con cara de satisfacción. Sí, satisfacción: sabes qué decir en el momento justo. Todo va según tus planes.
Y figúrate que nos vemos un fin de semana. Y que todo es perfecto. Las danzas funcionan como si hubiésemos bailado toda la vida juntos. Lo idílico lo hace más irreal aún, pero supón que tú me amas y que yo finjo que lo creo.
Y figúrate que mi corazón se va ligando a ti, como enredadera al muro, esperando por tus palabras -vagas- y tus -pocas- señales de interés. Y callo, como quien espera que un milagro se produzca.
Y figúrate que decido no creer más -o no fingir hacerlo-. Y se me revuelcan las emociones y todo parece tan oscuro. No hay nada tan triste como las penas de amor.
Y figúrate, ¡sí!, que ya no me importas. Que tengo lástima de la pobreza de tu ser. Que la locura que traes se volverá contra ti. Y te miro con tristeza: tu corazón está solo.
Figúrate que te abandono.
Figúrate que soy feliz.